José Ángel Vincench nació en Holguín en 1973. Hizo estudios en la Escuela Elemental y en la Escuela de Nivel Medio Superior de Artes Plásticas de Holguín, y se graduó en 1997 del Instituto Superior de Arte de La Habana. Hoy vive y trabaja en La Habana. Desde sus primeras obras, realizadas a mediados de los años noventa, que versaban sobre los rituales y los símbolos de la religión afrocubana, el trabajo artístico de Vincench está inscrito en una expresión abstracta como soporte visual para investigar profunda e incisivamente la situación política y social en Cuba. Su búsqueda y aproximación estéticas están comprometidas con su percepción del mundo; son vehículos de reconocimiento y de acusación.
Vincench representa la esencia del artista político, del creador comprometido que no cesa en su intento de desvelar las contradicciones y desmanes del poder político en Cuba desde el escaparate que le ofrece el sistema del arte. Pertenece a una familia de artistas para quienes el arte no remite al puro y simple deleite visual, sino que ha de existir también como un campo de reflexión y de cuestionamiento. El arte, para él, es un objeto de pensamiento y de denuncia, un dispositivo de alerta que sirve para despertar las conciencias. Esta dimensión cognitiva que Vincench impone a su obra es indisociable de su visión crítica de la realidad cubana. Su rol de artista no se reduce a producir obras para un mercado de meros consumidores, sino que se acerca al de un investigador, ya que presenta una visión que se resiste a esa percepción única y armoniosa de la cultura que generalmente ofrece la sociedad actual. Pero si las obras que produce Vincench son dispositivos de conocimientos esencialmente políticos, lo son únicamente en el marco de una postura estética y de una voluntad de innovación formal.
Sus obras poseen una dimensión experimental y conceptual, defienden una armonía de la subversión, una estetización de lo político. Proclaman la fuerza del concepto de compromiso ético y estético reformulando la política como praxis contextual de sujetos directamente afectados, dominados, sojuzgados por ella. A la par que rechazan lo espectacular o lo aparatoso, las obras de Vincench, audaces, valientes e importantes, atestiguan una permanente preocupación de eficacia y belleza visual; son una voluptuosidad de la demostración, una ineluctable modalidad de lo visible, un arma sensible de confrontación, de denuncia, un acto de fe en la libertad y la democracia.
José Ángel Vincench was born in Holguín in 1973. He studied at the Elementary School and the Higher Secondary School of Plastic Arts in Holguín, and graduated in 1997 from the Higher Institute of Art in Havana. Today he lives and works in Havana. Since his early works in the mid-1990s, which dealt with the rituals and symbols of Afro-Cuban religion, Vincench’s artistic work has been inscribed in an abstract expression as a visual medium for deeply and incisively investigating the political and social situation in Cuba. His aesthetic quest and approach are committed to his perception of the world; they are vehicles of recognition and accusation.
Vincench represents the essence of the political artist, the committed creator who never ceases in his attempt to reveal the contradictions and excesses of political power in Cuba from the showcase offered by the art system. He belongs to a family of artists for whom art is not purely and simply visual delight, but must also exist as a field for reflection and questioning. For him, art is an object of thought and denunciation, a warning device that serves to awaken consciences. This cognitive dimension that Vincench imposes on his work is inseparable from his critical view of Cuban reality. His role as an artist is not limited to producing works for a market of mere consumers, but is closer to that of a researcher, as he presents a vision that resists the single, harmonious perception of culture generally offered by today’s society. But if Vincench’s works are essentially political devices of knowledge, they are so only within the framework of an aesthetic stance and a desire for formal innovation.
His works have an experimental and conceptual dimension, defending a harmony of subversion, an aestheticization of the political. They proclaim the power of the concept of ethical and aesthetic commitment, reformulating politics as the contextual praxis of subjects directly affected, dominated, and subjugated by it. While rejecting the spectacular or the ostentatious, Vincench’s bold, courageous, and important works attest to a constant concern for effectiveness and visual beauty; they are a voluptuousness of demonstration, an inescapable modality of the visible, a sensitive weapon of confrontation and denunciation, an act of faith in freedom and democracy.
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